La madre de Juana

mama

 

Desde que tuve a Leo, miro el mundo con ojos diferentes. La maternidad me enseñó la profundidad y complejidad de los agujeros negros del espacio. En concreto, las madres nunca dejan de sorprenderme. Sin conocernos de nada, estamos siempre juntas, rondando los mismos sitios, nos vemos las caras en la puerta del cole, en las reuniones del cole, en el supermercado, cumpleaños, en la sala de espera del pediatra, en el parque… algunas veces, pocas, nos tomamos un vino y fingimos ser amigas y las mismas treitañeras que llevamos dentro, sólo que cerca de los 40, todas distintas y sin embargo todas encerradas en la misma jaula dorada. La preciosa maternidad.

Una tarde, a la salida del cole, la madre de Juana me invitó al teatro. Cómo siempre, la información me llegó entrecortada, 2 timas tradas, mar che, e rrio. Vamos? Sí, porqué no! dije, mientras era arrastrada por Leo que repetía divertida: corre, mami corre! Al llegar el martes, las dos caminamos contentas de ir solas por esas mismas calles que todos los días recorremos luchando con las rabietas de unos o gritando como locas a las pequeñas para que no crucen la calle solas. LLegamos enseguida. Era en un local cerca de Cascorro. Al entrar, nos pidieron que dejáramos los abrigos y los bolsos en un armario y bajemos por unas escaleras estrechas y oscuras. Aparecimos en un sótano iluminado con velas y lleno de pañuelos desde el techo hasta el suelo, música árabe de fondo y 3 actrices vestidas con chilabas rojas nos invitaron a desnudarnos mientras lo hacían ellas también. Acto seguido, nos repartieron unos pareos blancos a la vez que recitaban a coro algo que no se llegaba a entender bien, como una espacie de oración o mantra. Cuando todas estuvimos tapadas con los pareos, pasamos a una sala contínua. El espacio era pequeño, estaba caliente y húmeda por un vapor que emergía de una olla gigante llena de agua y muchos barreños más pequeños alrededor. Había también cestas llenas de frutas, pomelos, naranjas y mandarinas. Olía a cítricos, incienso y sudor. Todas, unas 30 mujeres de mediana edad, nos fuimos sentando unas al lado de las otras en unos bancos de madera dispuestos alrededor de la gran olla, mientras nos mirábas diverdidas e intrigadas. A continuación 6 actrices vestidas con nuestro mismos pareos, bailaron, recitaron poesía y escenificaron distintas fases de la vida de cualquier mujer. LLoraron, rieron, parieron bebés, gritaron y se ahogaron metindo la cabeza en el agua de los barreños, mientras se retorcían semidesnudas en el suelo mojado. Entre medias, una a una, nos fueron llevando al centro y despúes de quitarnos el pareo y las bragas, nos bañaron con unos guantes blancos de felpa, con agua caliente y jabón. A veces, las actrices provocaban conversaciones mas o menos íntimas, distendidas, de nuestras vidas cotidianas y nuestras labores del hogar, de cuidados varios que tan bien sabemos hacer nosotras, riendo a carcajadas aunque las palablas encerraban dolor y frustración. Yo y la madre de Juana, permanecímos en silencio. Mirando todos esos cuerpos desnudos, húmedos, rendidos a las manos de las otras, que frotaban con energía y generosidad, me sentí fuera del tiempo y el espacio. Despúes de que todas fuimos cuidadosamente bañadas, nos pidieron que nos sentáramos como en trencito, y nos dieron crema para que nos hiciéramos masajes unas a otras. Yo era la última del banco. Sentada justo detrás mío, la madre de Juana empezó despacio y suavemente a frotarme la espalda, me clavó los nudillos en los hombros, parece que sabe lo que hace, pensé al cerrar los ojos. Continuó agarrándome con fuerza el cuello con las dos manos, y  despúes, con la punta de los dedos, me acarició los brazos de arriba abajo y de vuelta a los hombros. Sus manos recorrieron mi columna hasta la cintura y de la cintura, avanzaron hasta la tripa y sin cerrarlas, subió hasta mis pechos. Mis ojos se abrieron sobresaltados, ha sido sin querer, pensé mientras volvía a cerrarlos. Pero cuando llevó sus manos de nuevo a mi cuello y despúes bajó por la columna hasta la cintura, deseé que volvieran a hacer el mismo recorrido. Y así lo hicieron. Esta vez, las dos manos me acariciaron los pechos unos segundos, nosé cuántos…varios…mis ojos se calleron hacia el infinito. De pronto, unos gritos generales, risas y cánticos de tierras y/o épocas lejanas, daban la obra por terminaba. Sin mirarnos, salimos a la salita continua donde habíamos dejado nuestra ropa, nos vestimos en silecio y salimos a la calle. Creo que pensé ahora qué ?! Ya las 23:30! dijo ella. Sí!! qué tarde! mañana hay cole, dije sin reconocer mi propia voz. Caminamos en silencio y en la esquina de Ave María con San Carlos, nos dijimos hasta mañana.

 

 

Una respuesta a “La madre de Juana

  1. emma

    Mi linda Gabucha siempre me llegan al corazon tus palabras estan cargadas con tanta fuerza determinacion que nadie puede dejar de darse cuenta el dia tan dificil que has tenido. Realmente lo mostras como si lo estuvieramos viviendo con vos.

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